Abrazar la tierra. Despertar la conciencia de pertenencia. Aceptar su orden imparcial, implacable, hermoso, a la vez que libre. Darle tiempo para que nos hable. Escucharla. Disfrutar de aromas esenciales de tierra húmeda y de sonidos de fauna reencontrada. Seguir el sendero para adentrarnos en lo salvaje. Convertirnos, simplemente, en naturaleza.