
La felicidad se encuentra en los pequeños instantes
El tiempo nos ha enseñado que la felicidad no suele manifestarse en grandes proclamas ni en discursos de aires épicos. Tampoco acostumbra a llegar de repente, como una revelación. Si llega, lo hace poco a poco, sin prisas, casi de puntillas, en los detalles más insignificantes: el olor a tierra húmeda después de la lluvia, la luz inclinada de una tarde de septiembre, el primer sorbo de un vino bien hecho, el silencio que se extiende sobre el viñedo cuando el sol se pone detrás de las cepas.
En Maset, desde hace generaciones, hemos aprendido a valorar estos instantes. No tenemos prisa. No nos interesan las modas pasajeras ni los artificios. Nos gusta el trabajo bien hecho, la viña trabajada con paciencia, el vino que es fruto de un año entero de conversaciones con la tierra y el clima. Quizás por eso, este rincón del mundo que cultivamos se parece a lo que algunos llaman el paraíso poseído. No lo prometemos a nadie, no lo convertimos en bandera, pero lo vivimos cada día.
Los márgenes, el viñedo, el tiempo
Dicen que en los márgenes viven los espíritus más libres, aquellos que no tienen prisa por llegar a ninguna parte porque ya están donde quieren estar. Nosotros siempre hemos sido un poco así. Mientras otros corrían tras grandes volúmenes y mercados internacionales, aquí hemos seguido haciendo el vino como siempre, con los mismos gestos que hacían nuestros abuelos, escuchando la viña, dejando que el tiempo haga su trabajo.
La viña es una escuela de paciencia. Nos enseña a esperar, a no forzar las cosas, a entender que nada puede acelerarse sin pagar un precio. Hay quien lo vive como un castigo. Nosotros lo vivimos como una bendición.
El vino como forma de plenitud
De vez en cuando, alguien nos pregunta por qué hacemos vino. La respuesta es muy sencilla: porque nos gusta. Y porque creemos que el vino es una de las pocas cosas que, bien hechas, pueden aportar un poco de plenitud a la vida. No hablamos de grandes excesos ni de euforias pasajeras. Hablamos de una botella abierta en buena compañía, de una conversación que se alarga sin darnos cuenta, de un brindis sin más pretensión que la de agradecer el momento.
Pedro Pidal, el viejo marqués de Villaviciosa, decía que «la felicidad alcanzable en la vida que llevamos es la de contemplar y vivir el paraíso poseído». Nosotros lo hemos aprendido a nuestra manera: el paraíso no es un lugar lejano ni un sueño inalcanzable. Está aquí, en estos paisajes de viñedos ordenados, en el murmullo del viento entre las cepas, en el racimo que madura lentamente bajo el sol. Está en cada botella que sale de nuestra bodega.
Los que hacen posible el paraíso
Todo esto, por supuesto, no se hace solo. Nuestro paraíso no sería nada sin la gente que lo trabaja cada día: los viticultores que cuidan la tierra, los enólogos que aportan conocimiento e intuición, las asesoras vinícolas que recomiendan el vino adecuado para cada ocasión. Somos una pequeña comunidad que cree que el vino es algo más que una bebida. Es memoria, es territorio, es una manera de entender la vida.
Dicen que el mundo va deprisa. Puede ser. Pero nosotros seguimos a lo nuestro, viviendo este trozo de paraíso sin hacer demasiado ruido, haciendo cada día lo que mejor sabemos hacer. Quien quiera compartirlo, que se siente a la mesa, llene la copa y brinde con nosotros.